miércoles, 12 de octubre de 2016

Goa Norte - Una experiencia diferente!

Llevo viviendo en India casi tres años, alternando mi estadía entre Goa -una provincia al sur de India- y algunos otros lugares de Europa y América. Sin embargo, y a pesar de lo que mucha gente cree, conozco muy poco de India, ya que paso la mayor parte del tiempo en el sur de Goa; aprendiendo, enseñando y compartiendo en el mundo del yoga.

Así que antes de terminar la temporada anterior decidí explorar un poco y acepté la invitación de Angela, una chica española, casada con un indio (sí, indio; no hindú!! Sé su nacionalidad, no su religión!), y radicada en el norte de Goa donde tiene un precioso centro para hacer retreats, o simplemente para ir a descansar frente a la belleza que ofrecen las playas de esta parte del mundo.

Dos de mis amigas más cercanas aquí y yo empacamos tres cosas en nuestras mochilas, tomamos un taxi y emprendimos un viaje de unas tres horas. Solo teníamos un fin de semana para disfrutar de esta escapada, así que quisimos aprovechar el tiempo al máximo. El taxi nos cobró 6,000 rupies (US$90 - 50mil colones), lo cual es bastante económico ya que recorrimos una distancia de unos 90km, con aire acondicionado, lo que en mayo -con una temperatura que llega a los 42 grados C y con una humedad del 70% -es un asunto de vida o muerte!

Al llegar a Anahata Retreat Center nos esperaba, no solo una vista espectacular sino también una deliciosa y nutritiva cena, que empezó con una ensalada de arúgula y queso feta (ambos productos quizá cotidianos en la dieta de muchos países, pero aquí son todo un delicatessen!!!), y para terminar nos mimaron con su versión de canoli: tostado y crujiente por fuera, lleno de fruta caliente por dentro, servido con helado de vainilla!!!! Toda una exquisitez!

La vista desde mi habitación

El atardecer llegó cargado de colores y música, pues las chicas querían aprender a bailar salsa, así que Angela y yo les dimos algunas clases!

Comenzamos la noche sentadas en la terraza, frente a un mar calmo, una noche negra como el ébano pero iluminada con los rayos de la luna, y una copa de vino tinto... charlando sobre la vida, el amor, los hombres, el futuro, las estrellas y cuanta conversación pueda generar el vino en un grupo de mujeres libres, dueñas de su vida y felices....

¡Costa Rica y España enseñándole a bailar salsa a Bulgaria!

Tremendo espectáculo nos dio el atardecer

Luego, tomamos un taxi hacia el centro del pueblo, donde la vida social estaba en su máximo esplendor. Cenamos en un restaurante japonés y al terminar nos fuimos con la intención de ir a la disco "de moda" a bailar salsa!! Sí, también en India les gusta nuestra música!!! Pero no pudimos entrar... uno de los chicos que nos acompañaba iba en sandalias (como todas nosotras) y al parecer el "código de vestimenta" del lugar no lo permitía.... Esto realmente nos hizo reír por horas!!!
A ver, India es un país donde para entrar a cualquier lugar HAY que quitarse los zapatos; además, Goa no es una ciudad, a duras penas es un pueblo, y en los pueblecitos playeros, con suerte se tiene un par de sandalias baratas que se despedazan a las pocas semanas, gracias al uso diario en medio de las polvorientas calles y caminos. Así que, tener un "código de vestimenta" que pida zapatos es casi una demencia... En fin, nos quedamos con las ganas de mover las caderas al ritmo del son latino, y terminamos en un "lounge" muy agringado para mi gusto, PERO amé ver a los indios tratando de hacer sus coreografías "bollywoodenses" al ritmo de YMCA, o Material Girl... ¡eso hizo mi noche!

Al cabo de unas horas, Angela y su esposo nos llevaron a Thalassa, el mejor restaurante griego de la zona; no para comer otra vez, sino para bailar (a fin de cuentas era nuestra idea original ¿no?). Ese fue el mejor broche de oro que hubiera podido pedir!!!! La alegría de los griegos no se hizo esperar, y al sonar su tradicional syrtaki se tiraron a pista; todos bailamos, cantamos, y quebramos platos! Ya con este tono, la noche se extendió hasta bien entrada la madrugada, y solo el cierre del local nos obligó a regresar al hotel.

La mañana siguiente fue el escenario perfecto para una larga caminata sobre la suave arena de la playa, que nos llevó a descubrir un pequeño hotel donde servían café Lavazza! (y aunque es la marca de un café italiano, aquí es sinónimo de café preparado en máquina de espresso, lo cual es otro delicatessen!!!)

Playa Ashwen, justo frente a nuestro hotel

Nada mejor que un café y esta vista para alegrar el alma!

Luego vino el esperado baño de sol, acompañado de un lassi! -y no, lassi no es un perro... es una tradicional bebida india hecha a base de yogurt, que se toma salada, dulce o mezclada con alguna fruta, y es súper refrescante!

El almuerzo llego cargado de ensaladas de hojas verdes -cosa que no tenemos en el sur de Goa-, frutos secos, quesos importados y más charlas frente al mar...

Al atardecer, llegó la hora de tomar el camino al sur. Con el corazón agradecido, el alma rebosante y los pies hinchados, volvimos a casa pero una parte de nosotras se quedó nadando en las aguas del Norte... Volveremos! Sí que volveremos!

Mis cómplices: Irena & Joanna

domingo, 25 de octubre de 2015

Comiéndome Turquía!!!

Así es!!! Aunque soy una completa defensora de la comida saludable, la gastronomía de Turquía me hizo dejar de lado mis batidos verdes (por un rato!) y sucumbí ante su encanto!
Recuerdo que antes de llegar al país, muchas personas se preguntaban que iba a comer yo allá!! -siendo vegetariana es difícil comer fuera de casa, y más aún en un país donde culturalmente la carne es el ingrediente principal de sus platillos.
Sin embargo, Turquía es sumamente rico en el cultivo de vegetales, frutas y semillas; los lácteos están a la orden del día, y los turcos son los reyes de la repostería y los postres... así que ¿quién necesita la carne, ante tanta maravilla?!

Empecé por las calles de Taksim, donde encontré los mejores profiteroles que he comido en mi vida. En este café únicamente venden profiteroles (además de café turco y té, por supuesto!), pues no les hace falta vender nada más!! Una porción de seis esponjados manjares rellenos de crema pastelera y cubiertos de chocolate son suficiente para compartir... no queremos pecar de más, ¿cierto?

Luego, me enrumbé al maravilloso pueblo de Pulumur, escondido entre las montañas de Erzincan y Dersin, y ahí sí me di gusto!! Las vacas, ovejas y cabras pastan libres por las montañas cubiertas de zacate fresco y rodeadas de manantiales de agua cristalina; los animales son tratados con amor y respeto, las ordeñan a mano y dejan más de la mitad de las hembras sin ordeñar para que alimenten a las crías. Con esta leche pura, orgánica y feliz, las mujeres del pueblo hacen todo tipo de queso, yogur y mi favorito: kaymak!!! Mmmm, una deliciosa crema de leche que untada en el pan recién horneado y coronada con miel orgánica fue el cielo gastronómico para mí!! Desayunar con esta combinación fue el inicio perfecto de los días más parecidos a los de la vida de Heidi!!!

Lo maravillo de estos pueblos, además de la comida, es su gente amable, sonriente y cariñosa; todos me hacían conversación -en turco por supuesto!- y yo les contestaba en español, y todos felices y entendidos! mientras las oraciones terminaran en tamam (ok), todos estábamos de acuerdo! Pero rápidamente tuve que aprender a decir: "taman, yeter!" (es suficiente!), porque la hospitalidad de los turcos va acompañada de... comida!! A cualquier hora del día, en cualquier casa que pasará por el frente, la invitación a tomar çay (té) era inminente! pero el té no venía solo, no!!! Venía acompañado de galletas, panes, frutas, semillas y cuanta cosa hubiera en la despensa de la casa! Salir a dar una vuelta por el barrio, era cosa seria para el estómago! Además, rechazar una invitación es considerado una grosería, así que había que decir que sí, sentarse y comer!!!

Ser vegetariana en el pueblo no fue problema alguno. Todas las mañanas se iba a la huerta a ver qué había dado la madre naturaleza para la ensalada (sí, ensalada para el desayuno, almuerzo y cena!! me encantó!); alguien pasaría a la casa a dejar el queso y el kaymak fresco, otra vecina llevaría huevos recién recogidos, un tío llevaría una canasta de fresas, y en la casa el pan recién asado estaba envuelto y caliente sobre la mesa. 
Al almuerzo solo bastaba ir a la orilla del río a recoger algunas ramas y hojas para hacer un delicioso picadillo, rellenar unos chiles verdes con trigo y semillas, y acompañarlos de ensalada verde; o bien hacer una parrillada de hongos silvestres y vegetales, al pie de una montaña sagrada. La cena sería sopa de yogur con fideos (hechos y cortados a mano por las vecinas), o de lentejas y pan fresco. Entre comidas tomaría unos 4 litros de té, comería semillas, frutas y queques recién horneados, sentada a la sombra de algún árbol, rodeada de amigos y familia, escuchando historias de antaño, perdiéndome entre risas, recuerdos y en un idioma que, apesar de no conocer, de alguna forma se me hacía fácil entender. Los días en Pulumur han sido los mejores que he tenido en años!!! Mi corazón siempre querrá volver!! Y mi estómago estará feliz de hacerlo!!

Ya de regreso en Estambul, no podía faltar el tradicional té y simit a bordo de un ferry mientras cruzábamos el Bósforo!! Tengo que reconocer que este viaje, tan común para los locales, a mí se me hizo mágico! Subir al ferry en Europa y 10 minutos después estar en Asia, me parecía irreal!! Además, el viaje tiene la vista de impresionantes castillos de verano de los antiguos sultanes otomanes, una señal más de la riqueza histórica, cultural y arquitectónica de esta maravillosa y contradictoria ciudad...

En el lado europeo de Estambul me deleité en Karaköy Güllüoğlu donde se consigue el mejor baklava de la ciudad (y quizá del mundo???!!!). Wow, decenas de tipos de baklava a escoger: de pistachos, nueces, chocolate, en rollos, tradicionales... el paraíso de la repostería! 
En el lado asiático encontré la mejor comida rápida callejera que se haya inventado: çiğ köfte!!! El nombre no me sonó muy apetitoso, pues significa "albóndiga cruda", ya que el platillo se originó justamente de mezclar carne molida cruda con más de 18 especies, amasándola vigorosamente con la mano hasta que tomara una textura de "cocinada"; por dicha, el gobierno prohibió este platillo y ahora se hace con bulgur (trigo). Esta mezcla se vende acompañada de lavash -un tipo de pan, parecido a la tortilla de harina-, lechuga, hojas de albahaca, y limón. Todo te lo empacan en una bandeja y lo envuelven en plástico adherible, medio kilo cuesta unas 10 liras turcas (unos $3,5), y uno se encarga de hacer "gallitos" o "burritos" y la más gloriosa combinación de sabores y especias hacen fiesta en el paladar...

Podría seguir hablando de las delicias de la comida que conocí en Turquía como el manti: pasta con salsa de yogur y tomate, o las berenjenas rellenas, pero creo que mi punto quedó claro... La comida turca y yo tuvimos un romance que durará por siempre!

Turquía no solamente es un país lleno de riqueza cultural, teniendo a Estambul como una ciudad intercontinental que ha sido la capital de dos de los más grandes imperios de la historia de la humanidad: el imperio Romano y el imperio Otomán. Sino que además es un país lleno de pasión (para bien y para mal), lleno de variedad religiosa y política (aunque este tema se está volviendo delicado), pero sobre todo, lleno de personas orgullosas de sus raíces -ya sean turcas o kurdas- que abrazaron mi alma tica, me escucharon hablar en un idioma completamente desconocido para ellos y me alimentaron, no solo con su maravillosa comida, pero con su calidez y hospitalidad!

Turquía será un país al que mis pasos buscarán cada vez que puedan, para volver a caminar entre ovejas, tomar agua que sale de la tierra, escuchar el no tan ameno llamado a la oración (5 veces al día!), comer fresas de los sembradíos, tomar el té con hermosas mujeres que amasan pan mientras se secan el sudor con el pañuelo que llevan en la cabeza... 


Volveré cada vez que pueda... para olvidarme por unos días de los batidos verdes, regocijarme con el çiğ köfte, el baklava y el té, aprender unas cuantas palabras más, mientras mi alma se maravilla al navegar en medio de dos continentes y mi mente se transporta siglos en la historia!!!

Teşekkürler Turquía! Görüşürüz!!!












sábado, 10 de octubre de 2015

Poco equipaje para tan largo viaje!!!

Hace muchísimo que no me sentaba a escribir por acá... ya me hacía falta!!!!! Así que voy de nuevo con mis aventuras... sin mucho sobre los hombros para hacer espacio en el corazón!!

Después de casi un año de vivir en India, de haber conocido cerca de mil personas de diferentes países y haber experimentado una de las fases más profundas en mi autoconocimiento, era tiempo de partir... La temporada en India se terminó y la época del monsoon amenazaba con lavar nuestras hermosas tardes soleadas; así que con mochila en mano y unos 25 kilos en otra maleta me enrumbé a la bella isla de Lefkada en Grecia.
Esa fue la primera parada de lo que serían cuatro intensos meses! En ese momento no tenía idea de que dormiría en más de 27 camas diferentes y que mi armario rodante pesaría solo 7 kilos!

Atenas me recibió luego de un largo y quebrantado viaje desde Goa (claro, salir de India no podía ser sencillo!!!!!)... para empezar, cerraron el aeropuerto y no me avisaron, así que perdí todos mis vuelos de conexión, lloré por horas en la sala de espera hasta que logré que me subieran al primer avión camino a Mumbai; una vez allá no pude hacer nada más que alojarme en un hotel de tercera pero con precios de primera, solo para dormir unas horas y regresar a la 1 de la madrugada para intentar comprar otro boleto hacia Estambul... Ya en Turquía tomé una conexión a Atenas; de ahí al pequeño aeropuerto de Ioanina. para luego meterme en un carro por dos horas más hasta llegar al cuarto que sería nuestra casa por los próximos 22 días... Me tomó más de 48 horas, 4 vuelos, 3 taxis y 600 euros de recargos salir de mi atolondrada India!!!!!! Qué agote!!

Ya en Atenas, salí del aeropuerto a sucumbir ante los sabores bien recordados (y añorados!) de las olivas, el vino y el buen pan!!! solo tres horas de conexión, pero suficiente para tomar el tren, ordenar tres platillos, dos copas de vino, tomar unas cuantas fotos y de regreso al tren para tomar el próximo vuelo. Esas horas llegaron caídas del cielo (aunque la que se caía del sueño era yo!!!). Llegamos a medianoche a la montaña (!!!) en medio de la isla de Lefkada!!! tengo que reconocer que me tomó por sorpresa! Según yo iba a estar hospedada frente al mar!! A ver, es una isla, no? Pues no!!!! Arriba en la montaña, con vista a plantaciones de olivos y verdes montañas!! (ok, podía lidiar con eso!! jajaja)

En fin, esas tres semanas serían de trabajo y amor!! Otro curso de yoga antes de parar por completo y compartir con mis seres amados!!! Al fin mi corazón estaba completo!! (Bueno casi... me faltaron un par de personitas por ahí para llenarlo totalmente, pero al menos tenía a parte de mi familia conmigo!)
Celebración de cumpleaños, con más olivas, vino y buen pan!!!! Esas tres semanas en una isla mágica del norte de Grecia fueron como sacados de revista: playas de aguas azules y cristalinas, blancas piedras pulidas por los golpes de las olas, atardeceres esplendorosos detrás de las montañas y mi alma rebosante de paz y amor....

Al cabo de esas tres semanas, partimos hacia Atenas para pasar una noche escuchando música tradicional y caminando por las calles del Partenón, imaginando la majestuosa estatua de 13 metros de altura de la diosa Atina, sepultada en escombros gracias a la ignorancia de los cristianos, otomanes y turcos.

De ahí, seguiría un corto vuelo hacia Estambul, ciudad mágica que recorreríamos en 4 días para asegurarnos de que mami viera lo más importante (turísticamente hablando) de esta maravillosa y contradictoria metropoli. Una vez que dejamos a mi amada viajera en el aeropuerto, emprenderíamos una odisea tan loca que no puedo más que resumirla así:

Más de 27 ciudades de 5 países diferentes recorridas en 3 meses. Avión, tren, subterráneo, carro de alquiler, taxi, bus, microbus, bote, tranvía y scooter... todo esto -alternado con nuestras piernas errantes- nos serviría para recorrer parte del este y del oeste europeo, cargando una mochila y un mat de yoga. Comida, nuevos amigos, familiares, comida, viejos amigos, fotografías, museos, comida, historia, frío, calor, lluvia, intenso sol y, por supuesto, más comida (!!) fueron nuestra constante en este viaje en el que empacamos muy poco para tan largo recorrido... y no me refiero solo al equipaje material... también se empacó poca preparación para las sorpresas que nos depararía el convivio eterno de 24/7 con otra alma... eso fue intenso!!!

Pero como lo sobreviví, esperaré volver en otra entrada con detalles de lo acontencido en cada una de estas mágicas ciudades que dejaron huella en mi memoria y miles de fotos en mi compu!






domingo, 26 de abril de 2015

Ilusionada, desencantada, re-enamorada de (y en) Londres

Estas y otras muchas emociones son las que me despierta esta ciudad… hoy hace un año recién llegaba a Londres por primera vez… y hoy quiero conmemorar ese tiempo; porque justamente mis sentimientos hacia ese bello lugar son la analogía perfecta de lo que pasó en mi vida amorosa. Aunque no daré detalles de mi vida de pareja, los símiles serán un recordatorio de lo que hemos sido en este último año….

Conocer el “Viejo Mundo” fue un ferviente deseo que tuve desde joven, conocer ese otro continente, rico en cultura e historia, antiguo pero moderno a la vez, abierto pero conservador, políglota, diverso… Así que cuando salí de Costa Rica rumbo a Estados Unidos, sabía que este país solo sería mi “lugar de transición”, estaría en New Jersey solo por seis meses para ahorrar algo de dinero, mientras estudiaba en Nueva York y luego me enlistaría en una escuela en Alemania para aprender el idioma, con la esperanza de que alguna puerta se abriera para mí y pudiera quedarme en Europa…

Todo estaba fríamente calculado y planeado, no había opción B, así sería, porque así había decidido que sería… hasta que el Universo se manifestó y me cambió el rumbo de la historia…

Meses antes de dejar mi terruño, ya con el tiquete sin regreso comprado, la vida me abría los ojos hacia una tierra de la que sabía muy poco: Turquía… Tengo que confesar que la busqué en el mapa porque no podía ubicarla muy bien… Exótica, mística, de una belleza que hasta entonces yo no conocía… Esta tierra empezó su conquista y aunque sucumbí a sus encantos, seguí adelante con mis planes, al menos con la primera parte… Cuatro meses después de escuchar la hermosa melodía de su idioma, deleitarme en los deliciosos sabores de su comida, y acurrucarme en lo cálido de su aroma, le agradecí a la vida el haberme devuelto la fe, el abrirme los ojos y mostrarme que SI existen tierras diferentes donde podía morar en paz, con tranquilidad, seguridad y confianza… Aun así, tomé mi boleto de avión, mi poco equipaje y seguí mi plan…

Meses después –y gracias a las bellezas que descubrí al conocer un poco más sobre Turquía- la idea original cambió de Alemania a Londres. Está bien, podía hacer ese cambio, ¡seguía siendo Europa! Además ahora se sumaba otro proyecto, así que la idea sonó perfectamente lógica (¡como si la vida se tratará de lógica! Aún aquí no había aprendido que la “lógica” le pertenece a la mente, y la mente al ego, pero eso cambiaría pronto…). Por lo que trabajé en algo que no me gustaba, en un clima que no me gustaba, en un lugar que no me gustaba, todo con la idea de ahorrar e iniciar una nueva vida juntos… mi nuevo continente y yo…

Solamente la ilusión de este proyecto logró calentar mi alma, que se consumía en uno de los inviernos más duros que había vivido Nueva York en las últimas décadas… Sobreviví seis meses de nieve y frío inclemente, y al fin –un 22 de abril a las 10pm- tomé el avión hacia Londres. ¡Qué emoción! Tanta ilusión -alimentada por la música con letras inentendibles, por clases de idiomas, por fotos descargadas con frecuencia, por la tecnología, por las dulces palabras-, finalmente se materializaba, sería la última vez que llegaría a un aeropuerto sola (al menos, ese era el plan).

A las 7am del día siguiente mis ojos la reconocían y mi corazón saltaba de alegría ante la primera ciudad europea que visitaba… no más nieve, no más soledad, no más… Como una niña ilusionada abordé el metro de Londres, sí, ahí mismo en el aeropuerto abordé un metro –limpio y ordenado- que me llevaría al oeste de la ciudad donde ahora sería parte de una familia, de otra cultura… la base de un comienzo; desde ahí, saldría a recorrer hermosos parques, visitaría museos y edificios históricos, saldría a fotografiar íconos que solo había visto en postales, y caminaría, sí, caminaría mucho, porque eso es lo que hace la gente en las grandes metrópolis del mundo, ¡caminar! Estaba lista. Me había estado preparando para este encuentro por seis meses, había cambiado parte de mis planes por esta vida, había saltado de Berlín a Londres, y estaba lista para vivir con y por ella… Hasta que Londres me desencantó…

La encontré triste, gris, fría, confundida, complicada, ajena, sin vida… Aquella vibrante ciudad que yo albergaba en mi corazón, la que recordaba sin conocer, de la que me había llenado de expectativas (¡error!), simplemente no existía… Era como si el aire primaveral la hubiera consumido en lugar de hacerla florecer, se desvanecía como agua entre mis dedos y no podía traerla de vuelta… ¡Qué desilusión! Jamás imaginé que Londres me hiciera llorar de tristeza, de angustia y desesperanza, no pensé que el proyecto que tanto anhelé se volvería polvo y me quedaría sin nada…

Aun así, intenté ponerle buena cara a sus mañanas oscuras, salía a correr a un pequeño parque tratando de convencerme que esto era lo que había soñado; me subía a sus buses de dos pisos para recorrer sus calles por el carril izquierdo porque a final de cuentas era el viejo mundo, donde las cosas no son como en América (léase el continente ¡por favor!), me tomé fotos frente a los íconos de los que tanto había leído, solo para descubrir que la sonrisa que veía en las fotografías no era mía, era la que suponía debía tener…

No niego que la disfruté, pero no era lo que yo esperaba (otra vez expectativa, ¡error!). Así que mandé la lógica a la porra y escuché a mi corazón, tenía que salir de allí. Esa no era mi vida, estaba viviendo en la ciudad de alguien más, en una realidad que parecía más una película de ficción. Recuerdo caminar hacia la biblioteca y no sentir el suelo bajo mis zapatos, era como si levitara, como si mi espíritu me hubiera abandonado y mi cuerpo físico estuviera en piloto automático. Cada mañana me despertaba para hacer café y darle el buenos días a la vida, solo para descubrir que el café ya estaba hecho y la vida se había esfumado, y allí quedaba yo, con mis zapatos de caminar y mi cámara… Ve a explorar la ciudad, mantente ocupada, no te quedes en casa, a eso viniste ¿no? No. Vine a construir una vida, pero fue obvio que no era el momento.

Así que por primera vez, empecé a darle su lugar a mi intuición. “Mente… ¡callate!, me tenés loca y solo me metés en problemas, ¡cállate! Intuición… hablame por favor, esta vez te voy a escuchar y te voy hacer caso… ¿Qué? ¿Me tengo que ir? Perfecto. Así lo haré.”  Me senté y le hablé a Londres:  “Mira hermosa ciudad, sos todo lo que había imaginado y más, sos única, bella, organizada, diferente… gracias por mostrarme que existen otras realidades, que otra vida es posible, que se puede existir sin automóviles porque el transporte público es estupendo, que la cultura y las artes conviven y sobreviven, me encantás, pero ahorita no puedo compartir con vos, yo estoy lista para vos desde que era adolescente, pero vos no esperabas a esta tica, así que me voy, nos vamos a extrañar pero si la vida nos quiere juntas volveremos a encontrarnos, cuídate y tratá de volver a sonreír…”

Dos semanas después, estaba en el aeropuerto, con Londres en mi corazón, pero sola, (¡otra vez sola en un bendito aeropuerto!); esta vez sin ilusiones, desencantada, sin expectativas (ahhh, ¡hasta que al fin aprendí!). La mitad de mi equipaje se quedaba con mi bella y gris ciudad, la otra mitad se ensuciaría conmigo en India y se regocijaría en Tailandia –esto no lo sabía en ese momento-, y así, Londres me hizo llorar otra vez…

Justamente seis meses, dos países, los Himalayas, playas paradisíacas y un oscuro bronceado después, Londres me recibía de nuevo… Esta vez ninguna sabía qué hacer. En mi peregrinaje por Asia no había internet –ni el interés suficiente- para descargar información sobre el Támesis, sus galerías o el cambio de la guardia real, y honestamente no quise hacerlo. Sabía que la vería fijamente a los ojos pero no sabía si la abrazaría, si ella haría saltar mi corazón o si quedaría impávido ante su triste majestuosidad.

Ese 1º de diciembre, cuando salí de la sala de migración sentí su característico olor a café, la vi rejuvenecida, sonriente… me alegró verla. Pero esta vez sería diferente. Esta vez llevaba un tiquete de regreso a India, así que solo tenía dos semanas para visitar sus museos, sentarme al calor de una chimenea, tomarme una o dos copas de vino con ella, quizá pasar un fin de semana en el campo y sentirla… ver qué me provocaba esta vez. Sin pensar, sin analizar, sin esperar, solo sentir…

Esta vez, fuimos libres, nos desprendimos de lo que “debía ser” y fuimos… Los aires navideños de sus calles me llenaron de sonrisas, el cálido vino con sabor a especias calentó mi alma y los verdes parajes llenos de ovejas hicieron que volviera a sentir el suelo que pisaba. El sur de Inglaterra me regaló la luna llena más espectacular que he visto en mi vida, y ahí me abracé al sonido de su mar, frío en temperatura pero cálido en su belleza.

Londres dejó de ser gris, emergió como el ave fénix, decidida a ser lo que quería ser para mí, la primera ciudad europea que conocería en mi vida, la que me enseñaría la belleza de lo que una vez leí en libros, conjugando mi latinidad con su historia milenaria, dispuesta a tomar mi mano y caminar hacia un nuevo mundo, no el mío ni el de Inglaterra, uno nuevo, solo nuestro.


Y así, un año después de aquella primera vez en Hanwell, puedo decir que ha sido maravilloso re-enamorarme de Londres…



Íconos londinenses
La magia de la Navidad, haciendo magia en mí...

lunes, 13 de abril de 2015

Otra vez India.... ¿En serio?!!!

Cuando salí de India pensé que no regresaría... tanto tumulto, bulla, basura, acoso, calor y locura de Delhi me dejó con un sabor agri-dulce...

India... tan llena de historia, cultura, templos, ritos, gente, colores brillantes y sabores exóticos, pero a la vez, ilógica, irreverente, impaciente, sucia, maloliente, desgastada, con sus hábitos extraños y su ignorancia ante los espacios personales; ella me provoca una relación de amor-odio que me llena de emoción y hastío, de asombro y pereza, de curiosidad y desgano...

Así, como quien termina una mala relación amorosa, salí de Delhi sintiendo alivio, libertad y confianza. Confianza en mí y en un futuro más verde, fresco, jovial y prometedor... Pero mientras me regocijaba en las aguas de un nuevo mar, recibí el correo que cambiaría -en mucho- el rumbo de mi vida... Hasta entonces, solo sabía que no quería sentarme detrás de un escritorio, en una aburrida oficina, ganando un salario para pagar deudas, pero más que eso no tenía idea de qué hacer...

Estando en Koh Phanghan recibí una propuesta de regresar a India... y solo pensé: "¡¿En serio? ¿Otra vez?!" Tuve una entrevista en línea y ahí mismo me comprometí a regresar por la temporada completa... ¡me comprometí a volver a la loca India por ocho meses! Luego descubrí que el sur del país es muy diferente al resto. Sus playas -aunque no las más lindas que he visto- hacen que las personas locales sean más amables y cálidas, y el acoso se limita a las vacas que van detrás de los bolsos en busca de comida, o a los monos que saltan de los árboles a los techos de las casas.

¡Qué decisión! la mejor que he tomado últimamente... este tiempo en India me ha cambiado, desde el color de la piel hasta el tamaño del corazón... he conocido personas extraordinarias de todas partes del mundo, he sido estudiante y maestra al mismo tiempo, he comido gran variedad de currys, he aprendido a vivir con los pies sucios y a entender que sentarme al suelo a compartir una comida vale más que unos zapatos caros o cualquier otra banalidad...

He de reconocer que el inicio no fue sencillo.... Regresé a India un 25 de septiembre, a finales de la temporada de Monsoon (época lluviosa), con una mochila al hombro, un corazón en pedacitos, llena de incertidumbre, pero con muchos deseos de aprender, de experimentar y ¡de vivir!

El camino del aeropuerto a mi nueva casa estaba rodeado de un paisaje que me sorprendió positivamente. Tanta lluvia había dejado a su paso un verdor inesperado, montañas llenas de una vegetación similar al bosque lluvioso de Costa Rica. Arrozales adornando los lados de la calle, y las palmeras distribuidas en desorden por todas las llanuras del lugar. En medio del cansancio del viaje, me fascinó ver que el seco, polvoso y duro recuerdo de India se desvanecía... Sin embargo, al llegar a mi destino final, el entorno que me recibió fue otro... Las pocas tiendas del lugar estaban cerradas, cubiertas de plásticos azules, y la playa estaba llena... ¡pero de cacas de las vacas que tomaban la siesta diaria en medio de la arena! ¡No había nada! ¡Ni nadie! La playa "más linda" de India era un desastre...ese día, el día que llegué a Goa, me senté en el único restaurante abierto, y lloré....

Otra vez esta ambivalencia entre el amor y el odio, entre el entusiasmo y el desespero, otra vez regresaba a los brazos de la locura... Pero al cabo de un mes, y como por arte de magia, Agonda cobró vida. Los bungalows empezaron a emerger de la nada, las calles se llenaron de coloridas prendas de vestir que colgaban por doquier, y la bulla de las motos se apoderó de la única calle del lugar. Poco a poco los estudiantes empezaron a arribar y la nueva villa que alberga la escuela de yoga dio sus primeros pasos. Y yo con ella...

Sampoorna me formó como estudiante, me albergó como aprendiz y luego me tendió la mano como profesora... aquí -en Agonda, en Sampoorna- he reído y llorado, dudado y creído, aprendido y enseñado, amado y respirado profundo, meditado y bailado. Estos meses han estado cargados de todo... Y hoy, solo puedo sentirme agradecida, con India, con la vida, con Dios, con los que amo, conmigo misma...

Las grandes protagonistas de India... ¡las benditas vacas!



viernes, 27 de marzo de 2015

Koh Phanghan: mi tierra de las "primeras veces"

Me encanta llamarla así porque en esta isla me di permiso de hacer muchas cosas por primera vez!!! Algunas que comparto aquí... otras que se quedarán conmigo... Pero lo cierto es que en Koh Phanghan viví los meses más intensos de mi vida... hasta ahora...

Esta es una isla ubicada en el sur del Golfo de Tailandia, conocida por su famosa "Full Moon Party" ("Fiesta de la Luna Llena"), que tiene lugar todos los meses en la playa Haad Rin. Sin embargo, este tipo de fiestas no son más de mi interés, así que me fui a vivir al lado opuesto, donde la comunidad de Yoga es bastante amplia.

Allí, en Srithanu, pasé mis días practicando Ashtanga Yoga y dando clases de Hatha. Pero también descubriendo nuevas facetas en mí... Poco a poco fui quitando capas, tal como se pela una cebolla... -hasta con lágrimas incluidas algunas veces...- olvidándome del qué dirán y sólo siendo fiel a mi corazón...

Así, con esta nueva resolución, aprendí a manejar scooter, lo que me permitió recorrer gran parte de la isla y admirar sus playas de arena blanca y aguas azules, sus magníficos atardeceres y recorrer el mercado callejero de Thong Sala los sábados por la tarde.

También aquí ¡jugué a ser modelo!! Recuerdo que a mis 14 años me inscribí en un curso de modelaje, creo que -como buena adolescente- tenía una idea muy romántica de este mundo... pero, está claro que mi camino ¡no era ese! De todas formas, en Koh Phanghan acepté la invitación de una hermosa fotógrafa, me desentendí de los estereotipos y disfruté miles las cuantas sesiones fotográficas que hicimos. No sé si alguien le comprará mis fotos algún día, pero al menos a mí me queda una maravillosa sensación de desenfado y libertad.

Disfrutando del amor del lente fotográfico

Samma Karuna, por su parte, ¡me abrió el corazón! Esta pequeña escuela me dio la oportunidad de ser de su familia. Aquí no solo di clases de Yoga y enseñé talleres de Reiki... aquí bailé, salté, reí, amé, lloré, medité, volví a bailar, reír, amar y llorar. Aquí conocí a personas maravillosas de todas partes del mundo que llenaron mi alma de amor puro y sincero, de abrazos fuertes y eternos, de recuerdos que se tatuaron en mi alma. Por primera vez sentí verdadero amor y conexión por personas completamente desconocidas mientras bailábamos en una clase de "Therapy Dance" (Baile Terapéutico). Aquí medité sobre lo que llamo ´mis dos vidas en esta vida´, y por primera vez las lágrimas limpiaron la oscuridad de mi alma y agradecí profundamente el regalo de la nueva luz. (Definitivamente, Samma Karuna es un capítulo aparte, así que le dedicaré el tiempo que se merece en otra entrada...)

Estudiantes de Samma Karuna rendidos en Savasana

De mis lugares favoritos en la isla -además de los exuberantes paisajes y cálidas playas, ¡por supuesto!- debo decir que "The Dome" (El Domo), "Phanghan Cove" y "Art Cafe" eran mis escondites... Cada uno de estos lugares me ofrecía refugios distintos. The Dome es un pequeño baño de vapor donde unas 10-15 personas se sientan en la oscuridad a respirar los aceites de hierbas curativas, conversar, ¡sudar!, e incluso cantar. ¡Este lugar es mágico! mientras se está sudando a mares dentro, afuera te espera una fogata a la luz de las estrellas, sandía fresca, agua y té. Pasar las noches en este ritual era simplemente un regalo a los sentidos.... Aquí, las personas salen del Domo a ducharse para refrescar el cuerpo antes de unirse a la fogata; la mayoría están desnudas y a nadie le importa un bledo... ¡así que a mí tampoco me importó! Desnuda, al lado de quien fuera, me duché mientras conversábamos como quien espera en la fila del supermercado... ¡qué sensación de libertad!

"Phanghan Cove", íntimo y hermoso lugar para besar estrellas, compartir con amigos y comer delicioso

"Art Cafe", mi refugio para leer, escribir y estar conmigo. Aquí tomé decisiones muy difíciles pero necesarias; me deleité con queque vegano de chocolate y probé el Kefir por primera vez

En Koh Phanghan también ¡hice snorkeling por primera vez!... quienes me conocen bien saben que le tengo fobia a los tiburones, por lo que el mar y yo solo nos relacionamos hasta las rodillas... así que esta aventura la menciono porque fue toda una hazaña para mí... ¡Me encantó! aunque reconozco que tal si fuera una niña de 5 años, solo lo logré porque una amistad me llevó de la mano todo el tiempo... no importa, superé mi taquicardia, calmé mi respiración, dejé de ver monstruos marinos en las piedras y disfruté observando el fondo de mi temido mar...

Por primera vez, hice muchas cosas en esta burbuja maravillosa, aventuras y experiencias que vivirán en mi alma, en mi piel, en mis sentidos y en mis recuerdos. Koh Phanghan me robó el corazón, lo curó, lo limpió, lo besó, lo abrazó, lo rearmó y me lo devolvió... más sano, más fuerte, más seguro, más grande.... Espero algún día reencontrarme con este amante natural, con esta escuela de vida, con este extraño pero cálido hogar. Mientras tanto, seguiré atesorando "mis primeras veces"...

viernes, 13 de marzo de 2015

Holi: ¡primavera, colores y amor!

Paralelo al resumen que he venido haciendo en este blog sobre mis vivencias y aprendizajes, quiero empezar a escribir más sobre el día a día de mis viajes... así que me adelantaré unos meses desde mi última entrada ("Pasión en el verdor") para contarles sobre la hermosa festividad que acabamos de vivir en India: Holi.

Esta es una palabra en sánscrito (la lengua antigua de India) que describe la celebración conocida como "Festival de Primavera", "Festival de los Colores", o "Festival del Amor". Tradicionalmente, Holi es una antigua celebración religiosa hindú observada mayoritariamente en el norte de India y Nepal, pero en los últimos tiempos, personas de otras religiones y de otras regiones de India comenzaron a participar de la festividad. Más recientemente, también se ha popularizado en países del Sur de Asia, Europa y América.

Según el calendario hindú, la fecha puede variar pero casi siempre ocurre en marzo, coincidiendo con la luna llena y el equinoccio de primavera. Así que este año tuve la fortuna de estar justamente en India y celebrar, no solo con las personas locales sino también con los estudiantes y compañeros en la escuela de yoga.



Empezamos las festividades como lo indica la tradición: con una fogata (Holika) la noche anterior a Holi, música, baile, té chai y dulces propios de India. Se supone que la fiesta de colores se realiza a la mañana siguiente, pero nosotros no nos aguantamos y empezamos a pintarnos los unos a los otros. La "pelea" de colores comenzó discretamente hasta que la adrenalina nos llevó a bañarnos en polvos de colores; todos nos perseguíamos alrededor de la fogata, los chicos del staff mezclaron los colores con agua y la melcocha se hizo espesa. Al cabo de una hora más o menos, la algarabía inundó uno de los salones con música tradicional india y todos bailamos y saltamos como niños, completamente cubiertos de colores.



Para ser honesta, me encantó ser parte de una tradición hindú y vivir el propósito de Holi: celebrar la victoria del bien sobre el mal, la llegada de la primavera y el final del invierno; pero sobre todo, ser una festividad para compartir con otros, jugar, reír, olvidar, perdonar y reparar relaciones quizá lastimadas. ¿A quién le importa de qué religión sea, si los valores son tan humanos y universales? ¡Al menos a mí no!!!!!!